El camino al partido de todo el mundo – Otto Kirchheimer

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     El camino hacia el partido de todo el mundo – Otto Kirchheimer (PDF)

    Otto Kirchheimer acuñó en los años sesenta la tipología de catch-all party, se refería a los partidos que dejaron de priorizar el reclutamiento de militantes cotizantes e instruidos que difundían el ideario del partido para centrarse en la consecución de votos y éxitos electorales. Los partidos catch-all surgen tras la II Guerra Mundial con el desarrollo del Estado de bienestar y la reducción de las diferencias sociales, la constitucionalización y el nuevo protagonismo de los partidos políticos, la expansión de los medios de comunicación de masas y un proceso de desideologización.

     Para poder atraer al máximo número de electores, estos partidos diluyen sus rasgos ideológicos y lanzan mensajes muy coyunturales aceptados por la mayoría, intensifican el liderazgo, utilizan y controlan los medios de comunicación, potencian la propaganda y concurren a las elecciones con programas generalistas y ambiguos que satisfacen a un amplio sector social.

     Para Otto Kirchheimer, «después de la Segunda Guerra Mundial, tanto los partidos de representación individual de cuño anglosajón como los partidos de integración de cuño europeo –estos últimos nacidos en una época de diferencias de clase más profundas y de estructuras confesionales más reconocibles– cambian su estructura y se transforman en partidos “atrapalotodo”: … El partido de integración, nacido en una época de diferen­cias de clase más profundas y de estructuras confesionales más claramente reconocibles, se transforma en un auténtico partido popular, en un partido de todo el mundo (catch-all-party). Este tipo de partido renuncia a los intentos de incorporar moral y espiritualmente a las masas y dirige su atención ante todo hacia el electorado; sacrifica, por tanto, una penetración ideológica más profunda a una irradiación más amplia y a un éxito electoral más rápido. La perspectiva de una tarea política más limitada y de un éxito electoral inmediato se diferencia esencialmente de los antiguos fines más abarcativos y universales. Hoy se considera que los fines de antaño disminuyen el éxito, porque asustan a una parte de la clientela electoral, que es potencialmente toda la población.

     Respecto de los partidos de masas de base clasista podemos distinguir, a grandes rasgos, tres estadios en este proceso de transformación. El pri­mero es el período en el que la fuerza del partido crece constantemente, período que dura hasta el principio de la Primera Guerra Mundial. Des­pués, en los años 20 y 30, encontramos la primera experiencia en la res­ponsabilidad gubernamental (Mac Donald, República de Weimar, Frente Popular). Es un período que resulta poco satisfactorio, si comparamos las esperanzas de los miembros y dirigentes de estos partidos de masas con la manifiesta necesidad de un amplio consenso respecto del sistema político. De aquí resulta el estadio actual, más o menos avanzado, en el cual los partidos intentan alcanzar todas las partes de la población, y algunos pre­tenden aún mantener firmemente ligado su electorado particular, la clase trabajadora, y al mismo tiempo incorporar otras capas de electores.

     Aunque el partido no puede esperar alcanzar todas las capas electo­rales, sí puede esperar racionalmente conseguir más votos en todas aquellas cuyos intereses no entren en una colisión tan fuerte que todo intento de ganárselas esté al mismo tiempo condenado de antemano al fracaso o en­cierre el peligro de la autodestrucción. Pequeñas diferencias entre las as­piracipodeones de distintos grupos, por ejemplo entre empleados y trabajadores, pueden ser salvadas si se pone el acento especialmente en aquellos puntos del programa que favorecen a ambos, por ejemplo en el aseguramiento frente a los efectos perjudiciales de la automatización. Más importante aún es la absoluta concentración en cuestiones en las que se toquen objetivos que apenas suscitan oposición en la comunidad. Si un partido pretende hacer llegar a un electorado más amplio un llama­miento que al principio se dirigía tan sólo a una capa especial de la po­blación, las mejores posibilidades de éxito las ofrecen aquellos fines so­ciales que se sitúan más allá de los intereses de los grupos. Si, por ejemplo, un partido hace intensa propaganda de unas mejores posibilidades de for­mación, oirá protestas probablemente débiles contra los costes elevados o contra el peligro de una nivelación de la enseñanza por parte de las élites que habían disfrutado de privilegios de formación. En todas las demás capas, la popularidad de tal partido sólo estará influida por la rapidez e intensidad- en comparación con los partidos concurrentes- con que aco­meta esta importante cuestión que afecta a todos, y por la habilidad con la que su propaganda sepa unir las esperanzas de futuro de cada familia con las mejores posibilidades de formación. En este sentido, el electorado potencial es casi ilimitado. El llamamiento amplio a capas más grandes se ha extendido aquí para un llamamiento casi ilimitado a toda la población.

     El partido democrá­tico de todo el mundo que se esfuerza por abarcar la parte más amplia posible del electorado, se ve obligado por razones de táctica electoral a propagar exigencias que encuentren audiencia en el pueblo. Sin embargo, como su objetivo es llegar al gobierno o permanecer en él, esta «función de expresión» está sometida a múltiples limitaciones y a consideraciones.

     Por regla general, sólo los partidos grandes pueden convertirse con éxito en partidos de todo el mundo. Este éxito está vedado a los partidos pequeños, estrictamente regionales.

     El partido de todo el mundo que haya guiado el destino de un pueblo durante un tiempo, y cuyos dirigentes se hayan hecho así conocidos a todos los electores a través de la pantalla del televisor y de los diarios, tiene una gran ventaja en popularidad. Sin embargo, esto basta sólo hasta cierto punto. Circunstancias que posiblemente escapan al control del par­tido, e incluso de la oposición, como, por ejemplo, un escándalo en el gobierno o una crisis económica, pueden tener como consecuencia que la responsabilidad en el gobierno se convierta súbitamente en un síntoma ne­gativo. Con ello, el elector se ve alentado a dar su voto a otro partido, de modo que de repente un cliente compra el artículo de la competencia.

     Si el partido se mantiene apartado de intereses especiales, aumenta sus posibilidades de éxito en el electorado, pero con ello es inevitable que también descienda la intensidad de la dependencia que puede esperar. Si el partido es una organización que no protege una posición social, que no ofrece un punto de apoyo para aspiraciones intelectuales, que no posee una imagen de la configuración del futuro, si en vez de todo esto es tan sólo una máquina de alternativas políticas a corto plazo, o que asoman sólo de cuando en cuando, se expone a los mismos riesgos a los que se enfrentan todos los productores de bienes de consumo: la competencia produce casi el mismo articulo, pero mejor empaquetado.»

Otto Kirchheimer, 1980

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