Economía política y política económica

Política económica

 

     El término economía política fue introducido por primera vez por Antoine de Montchrestien en 1615, y se utilizó para el estudio de las relaciones de producción, especialmente entre las tres clases principales de la sociedad capitalista o burguesa: capitalistas, proletarios y terratenientes.

     En contraposición con las teorías de la fisiocracia, en las cuales la tierra era vista como el origen de toda riqueza, la economía política propuso (primero con Adam Smith) la teoría del valor-trabajo, según la cual el trabajo es la fuente real del valor.

     Al final del siglo XIX, el término economía política fue paulatinamente abandonado por el término economía, usado por quienes buscaban abandonar la visión clasista de la sociedad (los economistas neoclásicos), reemplazándola por el enfoque matemático, axiomático y no valorativo de los estudios económicos actuales y que concebía el valor originado en la utilidad que el bien generaba en el individuo.

     El término economía política también fue utilizado por el nacionalismo totalitario de Hitler y Mussolini, como sinónimo de economía nacional de Wilhelm von List, es decir, la supeditación de la actividad económica a las necesidades del estado y su planificación.

     Actualmente, el término economía política se utiliza comúnmente para referirse a estudios interdisciplinarios que se apoyan en la sociología, la antropología, el derecho y la ciencia política para entender cómo las instituciones y los entornos políticos influyen sobre la conducta de los mercados.

     Dentro de la ciencia política, el término se refiere principalmente a las teorías liberales, marxistas o de otro tipo que estudian las relaciones entre la economía y el poder político dentro de los estados.

     La economía política internacional es en cambio una rama de la economía a la que le concierne el comercio y las finanzas internacionales y las políticas estatales que afectan el intercambio internacional, como las políticas monetarias y fiscales.

     La economía política estudia las relaciones que los individuos establecen entre sí para organizar la producción colectiva, particularmente aquellas relaciones que se establecen entre los dueños de los medios de producción y entre quienes no los poseen. La economía ortodoxa (o del valor subjetivo) se enfoca en los precios y ve la producción y al consumo como «efectos» de éstos y, en cambio, la economía política ve la actividad económica como el resultado de las necesidades de supervivencia y reproducción del ser humano, articuladas a una comunidad y a sus determinaciones legales, técnico-científicas y culturales. La división entre «valor de uso» y «valor de cambio» (distinción establecida con claridad por Marx en El Capital), establece una separación entre lo que hoy es conocido como «valor» y «precio». Desde la perspectiva de la economía política, el «valor» es la expresión del trabajo incorporado a la mercancía y el precio es la tasación de ese valor que hace el mercado. Estas categorías contrastan con la total identificación del valor con el precio en las escuelas del valor subjetivo.

  • Cuando el gobierno interviene en la economía de mercado, a través de políticas o de intercambios directos, se denomina sector público. El grado de estatalización de la economía varía a lo largo del tiempo. La estatalización completa es el sueño de cualquier fascista o comunista, conduce a la estadolatría, al estado providencial.

     Las grandes escuelas de la economía política se dividen principalmente en dos paradigmas: el paradigma de la distribución y el paradigma de la producción. Estos paradigmas pueden estar relacionados, particularmente en los extremos.

  • Las teorías basadas en el paradigma de la distribución discuten fundamentalmente sobre cómo deben distribuirse los costos y beneficios sociales, así como los costos y beneficios del capital. Algunas de estas teorías son: anarquismo, liberalismo, conservadurismo, socialismo y comunismo.
  • Las teorías enmarcadas en el paradigma de la producción se preocupan por los fundamentos y las bases sobre las cuales la sociedad decide qué producir y de qué forma. Algunas teorías de este paradigma son: individualismo, comunitarismo y colectivismo.

     Breve evolución de los paradigmas de la distribución

     Recordemos que son, por este orden liberalismo, conservadurismo, anarquismo, socialismo y comunismo.

  • El primer paradigma de la distribución moderno que surge corresponde al liberalismo de la escuela clásica. Para los clásicos, como ya hemos comentado en una entrada anterior, el objetivo es eliminar el intervencionismo estatal (doctrina del “laissez faire”). El liberalismo económico es la aplicación de los principios liberales en el desarrollo material de los individuos, como por ejemplo la no intromisión del Estado en las relaciones mercantiles entre los ciudadanos, impulsando la reducción de impuestos a su mínima expresión y reducción de la regulación sobre comercio, producción, etc. Según la ideología liberal, la no intervención del Estado asegura la igualdad de condiciones de todos los individuos, lo que permite que se establezca un marco de competencia justa, sin restricciones ni manipulaciones de diversos tipos. Esto significa neutralizar cualquier tipo de beneficencia pública, como aranceles y subsidios. Es, por tanto, antiestatalista. Posteriormente, los economistas neoclásicos, al menos los más importantes como Marshall, que son posteriores a Marx, son una reacción al marxismo y se centran en la microeconomía, recuperan la idea del laissez faire y la no intervención estatal (justo lo contrario que dice el keynesianismo). Todo el esfuerzo de los neoclásicos es resolver el conflicto entre supuesta libertad e igualdad material inherente a la inercia capitalista, y la receta tanto de los austriacos como de los keynesianos es el crecimiento. La teoría neoliberal (especialmente la neoclásica) lo que trata de hacer es naturalizar las relaciones de poder que hay «detrás del mercado». Es una reacción al marxismo que es un intento de visibilizarlas. Para el liberalismo, sólo hay oferta y demanda. Todo lo demás es intervención estatal y subdesarrollo.
  • El conservadurismo surge como reacción al paradigma liberal. En lo económico, manifiesta una preferencia por la propiedad privada y la prudencia fiscal. Sin embargo, el conservadurismo no es, en general, adverso por principio al intervencionismo, generalmente para promover o defender la industria «nacional» o el desarrollo de actividades que se ven como esenciales para el bien o interés nacional. Es, de hecho, pro-estatalista. Algunas de sus derivaciones son el dirigismo y el estado social.
  • El anarquismo, como reacción al estado libera por parte de pequeños artesanos y obreros, propone el federalismo, la autogestión, el principio de la solidaridad de clase, la huelga general como herramienta de negociación, la toma y recuperación de los lugares de trabajo, la acción directa (tratamiento de los conflictos laborales entre empleador y trabajadores, sin el concurso de terceros «representantes» que pudieran obstruir a los trabajadores organizados en asamblea), el apoyo mutuo, el antiestatismo y el internacionalismo. Es compatible con otras tendencias anarquistas tal como el anarcocomunismo, el mutualismo y el colectivismo.
  •  El socialismo es el control por parte de la sociedad, organizada con todos sus integrantes, tanto de los medios de producción y comunicación como de las diferentes fuerzas de trabajo aplicadas en las mismas. El socialismo implica, por tanto, una planificación y una organización colectiva consciente de la vida social y económica. Subsisten sin embargo criterios encontrados respecto a la necesidad de la centralización de la administración económica mediante el Estado como única instancia colectiva en el marco de una sociedad compleja, frente a la posibilidad de formas diferentes de gestión descentralizada de la colectividad socialista, tanto por vías autogestionarias como de mercado, así como mediante el empleo de pequeñas unidades económicas socialistas aisladas y autosuficientes. Existen también discrepancias sobre la forma de organización política bajo el socialismo para lograr o asegurar el acceso democrático a la sociedad socialista a clases sociales o poblaciones, frente a la posibilidad de una situación autocrática por parte de las burocracias administrativas. Inglaterra fue una de las dos cunas del socialismo «utópico». Existen dos causas importantes que dan al socialismo utópico inglés su carácter peculiar: la revolución industrial, con su cortejo de miserias para el naciente Proletariado, y el desarrollo de una nueva rama de la ciencia: la economía política, concepto asociado a la búsqueda de dominio titular de las ciencias políticas. En Francia tuvo un carácter más filosófico que en Inglaterra. Su primer representante fue el conde Henri de Saint-Simon, considerado por Engels el creador de la idea en estado embrionario que sería utilizada por todos los socialistas posteriores. Propuso la Federación de Estados Europeos, como instrumento político para controlar el comienzo y desarrollo de guerras. Al mismo tiempo Charles Fourier, concibió los falansterios (comunidades humanas regidas por normas de libre albedrío e ideologías económicas socializadas). En Alemania, el socialismo es representado por Ferdinand Lassalle. Lassalle pensaba que la humanidad estaba regida por oportunidades fuera de control del individuo, por lo que se hacía necesario que el estado tomase a su cargo la producción y distribución a favor del bienestar social y para lograr que los trabajadores se beneficiaran del aumento de la productividad, no más laissez-faire, es necesaria la intervención del estado a fin de proteger al débil del fuerte, pregonaba. En el terreno de la acción inmediata, los esfuerzos de Lassalle se concentraron en dos metas, la conquista del sufragio universal y la creación de asociaciones de producción, subvencionadas por el estado; en política, apoyó además la idea prusiana de unificación «por arriba» de Alemania; defendiendo a su vez a Bismarck como el artífice para esa unión. Esta toma de posición, que relató en «La guerra italiana y la misión de Prusia» (1859), lo enfrentó directamente a Marx, que apoyaba a los trabajadores contra el Estado prusiano.
  • El comunismo es una forma de organización social y económica caracterizada por el control y planificación colectiva de la vida comunitaria, la abolición de la propiedad privada sobre el trabajo y los medios de producción, y la eliminación de las clases sociales. La doctrina comunista, cuya base es la colectivización de la propiedad, fue fundada por los pensadores socialistas alemanes del siglo XIX Karl Marx y Friedrich Engels como una interpretación revolucionaria de la historia: un permanente conflicto por el excedente material, cuyo inicio se debe a la aparición de la propiedad que pone fin al comunismo primitivo y separa a la sociedad en clases de acuerdo a su forma de adquisición de recursos. Karl Marx, uno de los ideólogos del comunismo, critica la escuela clásica, que era la vigente hasta finales del siglo XIX, y que preconizaba la no intervención y el laissez faire. Marx introduce varias ideas como la de modo de producción y sus diferentes tipos, lucha de clases, y ya en su deriva comunista, la idea de dictadura del proletariado. La escuela marxista influye notablemente en Keynes e, indirectamente, en la economía de estado actual ortodoxa, que es toda keynesiana. Marx es más sociólogo que economista moderno (cuantitativo). La cuantificación de las variables económicas solo la acomete la escuela neoclásica primero y Keynes después. Marx es considerado el último economista liberal clásico, porque es el que desnuda esta ideología evidenciando que no es más que un intento de dotar de categoría ética una forma de dominación. Tanto mundial, entre pueblos, la del imperio británico, como de clase durante la revolución industrial.

     Breve evolución de los paradigmas de la producción

Recordemos que son: individualismo, comunitarismo y colectivismo.

  • Los individualistas promueven el ejercicio de los objetivos y los deseos propios y en tanto la independencia y la autosuficiencia mientras se oponen a la mayoría de las intervenciones externas sobre las opciones personales, sean estas sociales, estatales, o de cualquier otro tipo de grupo o institución.
  • En el lado opuesto encontramos el colectivismo. El colectivismo sostiene que las cosas deben ser propiedad de un grupo más que propiedad de una sola persona (propiedad privada). El socialismo suele asociarse con esta teoría, aunque es de notar que no es aplicable a todas las visiones existentes del socialismo. Central a este punto de vista favorable al grupo, está el concepto de propiedad colectiva, en oposición a la propiedad privada. Algunos aplican esto sólo a bienes de capital y tierra, mientras otros colectivistas argumentan que todas los bienes de consumo deben observarse como bienes públicos, y son difíciles de, o no deberían privatizarse; es el caso de bienes naturales, de defensa nacional, de justicia y de información. Los comunistas creen que no solamente los medios de producción, sino el producto del trabajo debería colectivizarse, y los salarios abolirse. La conferencia de Florencia de la Federación de la Internacional, al mostrar los principios anarcocomunistas, señaló: «La Federación Italiana de la Internacional considera propiedad colectiva a los productos del trabajo y como complemento necesario del programa colectivista…’«.
  • El comunitarismo político, o sistema político comunitario, es un sistema de organización y gestión política y de gobierno fundamentado en una conciliación estructurada e integradora de intereses diversos, que se manifiestan en instituciones y órganos distintos que, integrados en un marco jurídico y político compartido, adoptan decisiones vinculantes para todos, en ámbitos de competencia determinados. El sistema político comunitario se construye sobre la base de una preexistencia de unas agrupaciones culturales o de intereses separadas de naturaleza diversa, llamadas comunidades, que por su interdependencia y sobre una base de compromiso solidario mutuo, adoptan un método de gestión institucionalizado y conjunto de sus intereses comunes. Su constitución y funcionamiento reposan necesariamente sobre los principios de la democracia cooperativa, la diversidad y la solidaridad, así como, a diferencia de las asociaciones meramente voluntarias o cooperativas, sobre un sistema jurídico común que, sin perjuicio de su coexistencia con otros, goce de primacía o prevalencia sobre cualquier otro, en el ámbito de sus competencias.

     Paradoja de Kaldor-Hicks

     En general, ninguna política económica predeterminada puede obtener un resultado óptimo en todos los sentidos. Esto se conoce como paradoja de Kaldor-Hicks.

     De acuerdo con el criterio de eficiencia de Pareto, un resultado es más eficiente si al menos una persona mejora y nadie empeora. Esto parece ser una forma razonable de determinar si un resultado aumenta la eficiencia económica. Sin embargo, algunos creen que en la práctica, es casi imposible tomar cualquier acción social, tales como un cambio en la política económica, sin empeorar el bienestar de una persona. Incluso el intercambio voluntario puede no ser una mejora de acuerdo con Pareto. En condiciones ideales, el intercambio voluntario es mejor desde el punto de vista de Pareto, dado que los individuos no lo llevarían a cabo a menos que hubiera un beneficio mutuo. Sin embargo, un intercambio voluntario no sería Pareto superior si se presentan, como sucede con frecuencia, costes externos (como contaminaciones que perjudican a un tercero).

     Usando el criterio de eficiencia de Kaldor-Hicks, un resultado es más eficaz si los que se benefician de un cambio pueden, en teoría, compensar a aquellos que sufren las consecuencias, lo que da un resultado mejor de acuerdo con Pareto. Por ejemplo, un intercambio voluntario que crea contaminación sería una mejora de Kaldor-Hicks, si los compradores y los vendedores todavía están dispuestos a llevar a cabo la transacción, incluso si tienen que compensar plenamente a las víctimas de la contaminación.

     La diferencia clave es la cuestión de la indemnización. El criterio de Kaldor-Hicks no requiere que realmente se pague compensación, sino simplemente que exista la posibilidad de compensación, lo que no significa necesariamente que cada parte resulte mejor (o por lo menos, no peor). Así, en la eficiencia de Kaldor-Hicks, un resultado más eficiente puede, de hecho, dejar a algunas personas en peor situación. La eficiencia de Pareto requiere hacer cada parte implicada mejor (o al menos no peor).

     Mientras que cada mejora de Pareto es una mejora de Kaldor-Hicks, la mayoría de las mejoras de Kaldor-Hicks no lo son de acuerdo con Pareto. Esto es porque, como ilustra el gráfico en el recuadro, el conjunto de mejoras de Pareto es un subconjunto propio de la mejora de Kaldor-Hicks, lo que también refleja la mayor flexibilidad y aplicabilidad de los criterios de Kaldor-Hicks, en relación con los criterios de Pareto. Por ejemplo, en una sociedad con dos personas, supongamos que inicialmente la persona A tiene 20 ovejas y la persona B tiene 200 ovejas. Si algún cambio en la política u otra acción da el resultado que la persona A termina con 20 ovejas y la persona B con 99 ovejas, este cambio no sería mejor de acuerdo con Pareto, ya que la persona B está ahora en peor situación. Sin embargo, lo sería de acuerdo con Kaldor e Hicks, dado que A podría dar, en teoría, a B cualquier cantidad entre 2 y 18 ovejas para aceptar la situación nueva.

     La convivencia de los diferentes paradigmas

     Los neoclásicos aspiran a que la economía sea una disciplina determinista, una cosa bastante absurda. Los neoclásicos quieren cuantificar las variables microeconómicas. Tratan de objetivar dando apariencia de ciencia exacta a algo que está mucho más cerca de ciencia social. El estado liberal y su representación no son más que una ficción cuyo objeto es garantizar que la democracia no entra en colisión con la reproducción de capital y su lógica en las relaciones productivas. El neoliberalismo para la política económica del estado como tal es una ficción, no se aplica en ningún lado. En la actualidad sólo hay un paradigma válido para la economía estatal, que es el keynesiano.

     El liberalismo, en cambio, es un paradigma que se aplica bien a la empresa, por eso tiene tanto éxito en el mundo empresarial. En un paradigma fruto de una ideología es normal que funcionen algunas premisas parcialmente, otra cosa es que eso sea una ciencia natural como pretenden y la única forma de organización y de relación productiva. Pero en la economía de estado el neoliberalismo es inaplicable.

     No obstante, neoliberalismo en la empresa privada y keynesianismo estatal pueden convivir, y de hecho conviven desde hace años.

     De hecho, la idea más extendida de los «empresarios» como titanes autónomos que parece deducirse del concepto de «propietarios de los medios de producción» está alejada de la realidad. La necesidad de incrementar los beneficios muchas veces es simplemente para mantenerse en el mismo lugar dentro del mercado. Dicha necesidad no es determinada tanto por la competitividad en el mercado, sino la presión que los préstamos y los prestamistas ejerce sobre todos esos agentes de mercado. Es diferente el monopolio u oligopolio, de cosas necesarias de primer orden, que la posición dominante en un mercado donde existen alternativas.

     Según Antonio Garcia-Trevijano, la política económica es tan variada y tantos los casos posibles que no caben en un recetario para cada coyuntura posible, a modo de librillo de maestro (por ejemplo, la regla de la limitación del déficit dentro de la, que es atarse las manos innecesariamente). Se trata de una pragmática, y lo prudente en unas circunstancias es imprudente en otras. La política económica en cambio, depende de la libertad y es ella la que tiene que aconsejar qué momentos son de austeridad en el gasto y cuáles son de empeñarse en el gasto para reconstruir tras un desastre o una guerra.

     Política y economía

     El discurso económico actual, que separa la economía de la política, es falaz. La política, como ciencia del poder, es previa a la economía, y no se puede entender la economía sin entender la política. De hecho, existen dos negocios «especiales» por su capacidad de influir de forma sistémica, sobre todos los demás:

  • Banca, que maneja enormes cantidades de dinero, decide qué proyectos financia y cuáles no, puede comprar voluntades de legisladores y gobiernos.
  • Energético (generación y distribución de energía) es estratégico, si no funciona bien o no funciona de forma competitiva, afecta a todos los demás procesos productivos, empeorando su competitividad.

     El monopoio de estos dos negocios define el estatalismo. Terminamos con unas citas del presidente americano Woodrow Wilson:

     «Principalmente desde que entré en política, he escuchado opiniones de hombres confiados a mí en privado. Algunos de los hombres más grandes de los Estados Unidos, en el campo del comercio y de la fabricación, tienen miedo de alguien, tienen miedo de algo. Saben que hay un poder en algún lugar tan organizado, tan sutil, tan atento, tan entrelazado, tan completo, tan penetrante, que creen mejor susurrar cuando quieren condenarlo. Saben que Estados Unidos no es un lugar en el que se pueda decir, como solía ser, que un hombre puede elegir su propia vocación y seguir sólo lo que sus habilidades le permitan perseguir porque hoy, si entra en algunos ámbitos, hay organizaciones que utilizarán sus medios contra él, lo que impedirá la construcción de un negocio que no quieren que se construya; organizaciones que contribuirán a que el suelo se recorte bajo sus pies y que los mercados se cierren para él. Si comienza a vender a algunos distribuidores al por menor, a cualquier distribuidor al por menor, el monopolio se negará a vender a esos distribuidores y los distribuidores, por miedo, no van a comprar mercancías del nuevo empresario.” «El viejo orden cambia«, Sección I p.13.

     «La industria estadounidense es no libre, como una vez fue; La empresa americana no es libre; el hombre con sólo un pequeño capital está encontrando cada vez más difícil conseguir entrar en el campo, cada vez más imposible competir con los grandes. ¿Por qué? Porque las leyes de este país no impiden el fuerte aplastamiento de los débiles. Esa es la razón, y debido que a los fuertes han aplastado los débiles, los fuertes dominan la industria y la vida económica de este país. Nadie puede negar que las líneas de emprendimiento son cada vez más estrechas y rígidas; nadie que sepa algo sobre el desarrollo de la industria en este país puede obviar que los tipos más grandes de crédito son cada vez más difíciles de obtener, a menos que se obtengan en los términos de unir los esfuerzos con los que ya controlan la industria del país; y nadie puede dejar de observar que cualquier hombre que trate de establecerse a sí mismo en competencia con cualquier proceso de fabricación que haya sido tomado bajo el control de grandes corporaciones de capital, actualmente se encuentra él mismo obligado a venderse y permitir ser absorbido o expelido hacia fuera.” «El viejo orden cambia», Sección I p.15.

     «Ningún país puede permitirse que su prosperidad se origine por una pequeña clase controladora. El tesoro de América radica en las ambiciones, las energías, que no pueden ser restringidos a una clase favorecida especial. Depende de los inventos de hombres desconocidos, de las creaciones de hombres desconocidos, de las ambiciones de hombres desconocidos. Cada país se renueva de las filas de lo desconocido, no de las filas de los ya famosos y poderosos y en el control.» El viejo orden cambia», Sección I p.17.

MODERNIDAD ESCULTÓRICA

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LA RAZÓN. LUNES 20 DE ENERO DE 2003
Antonio García-Trevijano

     La escultura ha sido y seguirá siendo el medio de representación primordial del cuerpo humano, en tanto símbolo irremplazable de la humanidad. Los escultores se distinguen unos de otros por la forma de expresar esta idealización, tallando o modelando la figura femenina y masculina. La escultura griega respondió a la idea de permanencia del ser humano, en consonancia con la del orden cósmico. La escultura helenística corporizó el movimiento anímico que entraña la tragedia. La revolución escultórica de Donatello creó la escultura moderna, haciendo prevalecer la expresión sobre el dogma clásico de las proporciones. En su última obra, los bajorrelieves de los Púlpitos de San Lorenzo en Florencia, modela domadores primitivos de caballos que hubiera querido hacer suyos Degas.

     El siglo XX comienza con la necesidad de salir de la disyuntiva entre dos modernidades, la donateliana de Rodin y la clásica de Maillol. Los vanguardistas de París, Milán y Moscú, obsesionados por la dialéctica entre los espacios vacíos y los voluminosos, se escaparon de la escultura por la tangente del cubofuturismo constructivista. Eran libres de crear nuevos objetos artísticos, pero no de llamarlos esculturas. Con sus constructos y relieves materiales fundaron el discutible modernismo, pero no lograron evitar que sólo la modernidad escultórica pudiera realizar, con Barlach, Lehmbruck y Brancusi, indiscutibles obras maestras antes del 14.

     El rumano Brancusi goza de universal reconocimiento porque su obra parisina, próxima en aspectos accesorios al modernismo, fue considerada progresista por los literatos y artistas de la izquierda europea. No sucede lo mismo con los grandes escultores Barlach y Lehmbruck, cuyas famas apenas salen de las fronteras culturales alemanas. Sin embargo, el primero es el tallador en madera más importante del siglo XX, y el segundo, el modelador de la figura humana que solo admite comparación con los genios situados en las cimas de la historia del arte universal.

     Barlach, inspirándose en el arte folclórico de las comunidades agrícolas rusas, entre las que vivió durante el año 1909, dio expresión monumental de potencia o decadencia a la figura vestida, en tallas de maderas duras con menos de un metro. Su «Hombre desenvainando una espada» de 1911 (Casa Barlach, Hamburgo), con la mirada desafiante de poder y la amplia capa acampanada que cubre hombros, brazos y pecho, tiene el empaque de un samurai sentado y la solidez de los bloques escultóricos del antiguo Egipto.

     Expresión opuesta a la de la vacilante «Anciana con bastón» de 1913. Gracias a mis intensos estudios «in situ» de la escultura del Renacimiento y a la mejor comprensión técnica de las dificultades que ha de resolver un volumen delimitador de vacíos, puedo moverme con más soltura y seguridad en el juicio estético de la obra escultórica que en el de la pictórica. Conocí muy tardíamente las figuras desnudas, sentadas, rodilla en tierra y de pie, del prodigioso escultor alemán Wilhelm Lehmbruck. No sé nada de su vida, salvo que estudió en Italia, se relacionó en París con Modigliani, Derain, Archipenko y Brancusi, se suicidó en Berlín a los 39 años y modeló su genial obra entre 1910 y 1919.

     Ante las obras geniales se debe seguir la conducta de los cortesanos ante sus reyes. Mirarlos y escucharlos en silencio. Hablar sólo cuando invitan a ello. No corregirlos jamás. Pronunciar frases muy cortas. Y si te piden una opinión sincera, entregarles un mamotreto.

     Me gustaría escribir un libro sobre la escultura de Lehmbruck. Aquí sólo puedo decir que su «Mujer arrodillada» de 1911, un bronce de 178 cm., me produce la misma emoción que los cantos amorosos de san Juan de la Cruz; su «Joven de pie» de 1913, otro bronce de 228 cm., el mismo pasmo que los mejores desnudos renacentistas; y el «Joven sentado» de 1918, una piedra modelada de 103 cm., la misma concentración intelectual que «El pensador» de Rodin.

de MCRC Alicante Publicado en ARTE

Un sistema político como el español “alienta la corrupción” – Susan Rose-Ackerman

 

Susan Rose-Ackerman,Professorin der Yale University haelt im Rahmen der Mosse Lectures zum Thema Korruption am 20.05.2010 einen Vortrag in der Humboldt Universitaet mit anschlie§ender Diskussion. Foto © Niels Leiser

     Lo dice una destacada investigadora del tema, la profesora Susan Rose-Ackerman, de la Universidad de Yale, una de las más prestigiosas expertas mundiales en corrupción.

     Susan Rose-Ackerman, una de las más prestigiosas expertas mundiales en “corrupción”, Profesora y codirectora del Centro de Derecho, Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Yale, ex consultora del Banco Mundial y autora de decenas de artículos y de libros, ha llegado a la conclusión de que “De acuerdo con los estudios estadísticos, la peor combinación, la que más alienta la corrupción, es la de un sistema político basado en un presidente con amplios poderes y legisladores elegidos por un sistema de representación proporcional”.No es exactamente nuestro sistema político, pero es muy parecido y funciona bajo idénticos parámetros que el de España, donde la corrupción visible sube cada año, a pesar de que los corruptores y corruptos han aprendido a utilizar métodos “limpios” que difícilmente dejan huellas.La doctora Ackerman estudió durante tres décadas la corrupción en todas sus variantes y formas: la institucional, la de pequeño calibre, la política, la empresarial, la de los capitalistas y la de los comunistas, y la de los sistemas parlamentarios y presidencialistas.

Es autora de dos libros de éxito: Corrupción, un estudio de economía política, de 1978, y el traducido a trece idiomas, incluido el chino, Corrupción y gobierno: causas, consecuencias y reforma, de 1999-, Rose-Ackerman es una de las mayores y más respetadas investigadoras del fenómeno de la corrupción en el mundo.

Ella advierte: «Hay que tener cuidado al escuchar lo que dicen los ciudadanos, porque ellos señalan sólo aquello con lo que chocan. La gente puede hablar de lo que vive, del policía que le pide unos pesos de coima. Pero está también la corrupción en los niveles altos, como en las privatizaciones y en las concesiones, a los que no llega la mayoría de los ciudadanos«.

Especialmente interesante es su opinión sobre los partidos políticos, a los que señala como fuentes de corrupción. Dice que donde hay dos partidos políticos, se puede argumentar que ambos estarán deseosos de denunciar al rival, porque los votos que pierde uno los captura el otro. Pero donde hay cinco partidos, por ejemplo, y dos de ellos forman una coalición, el incentivo para denunciar actos de corrupción por parte de uno de los partidos opositores es menor, porque los beneficios de un gobierno debilitado se repartirían entre todos los partidos.

Sin embargo, Ackerman opina que la competencia política ayuda a disminuir la corrupción porque la oposición intenta descubrir actos de corrupción para usarlos en su campaña contra el partido de los gobernantes. Pero esa idea parte de la base de que los ciudadanos no ven las coimas como algo aceptable. Y a esto se suma una aclaración sobre la financiación de la política, porque si todos los partidos necesitan financiarse de manera ilegal, aquel principio se revierte. También depende de cómo sea la representación electoral. Si los legisladores son elegidos por distritos, los votantes pueden controlarlos de cerca, quizá demasiado de cerca. Pierden de vista el interés general, pero los controlan. La peor combinación, la que más alienta la corrupción, es la de un sistema político basado en un presidente con amplios poderes y legisladores elegidos por un sistema de representación proporcional.

Sobre la mejor receta para acabar con la corrupción, dice: “Debe haber gente en la cúspide que quiera cambiar. Es valioso tener grupos de la sociedad empujando los cambios, pero es necesario tener líderes políticos interesados en enfrentar la corrupción”. Añade Que el papel de los medios de comunicación y de los ciudadanos honestos es importante porque deben presionar de manera constructiva y acosar a los corruptos.

FUENTE:  Voto en blanco

LOS GOYA Y LA GUERRA

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     LA RAZÓN. JUEVES 6 DE FEBRERO DE 2003

     Antonio García-Trevijano

     Las declaraciones contra la guerra en la ceremonia de entrega de los premios Goya invitan a una nueva reflexión sobre la función del arte. La teoría del arte por el arte es indiferente a la cuestión moral que plantean las situaciones de guerra o paz. Y para la teoría de la misión social del arte, la opinión personal de los artistas, expresada fuera de las obras que interpretan, carece de valor, en comparación con la ideología en imágenes que transmiten las películas que protagonizan. Las artes plásticas son influidas de modo distinto por las situaciones bélicas según el grado de ilusión o de escepticismo en que se encuentre la sociedad ante la perspectiva de paz. El sentido del arte visual engendrado en las guerras mundiales del siglo XX ha sido, por ello, no sólo distinto sino opuesto.

     Aunque la última tragedia bélica parezca una continuación de la primera y la causa de aquélla se encarne en un afán de desquite de los vencidos en ésta, el hecho de que se repitan ambiciones y alineación de las potencias no puede borrar la profunda diferencia moral que las separa. Pues la índole de la guerra la determina su contrario, la paz que interrumpe o inaugura. Y la creencia en la paz, en el tipo de paz, era radicalmente diferente al comenzar y terminar cada uno de esos conflictos catastróficos.

     La guerra del 14 puso fin a una ilusión social, a la paz como ideal sustantivo de la humanidad, y provocó la mayor decepción política que ha conocido la historia. El arte figurativo expresó aquella decepción mediante estilos irónicos, utópicos o caricaturales que marcaron la expresión artística hasta la Guerra Civil española. La última guerra mundial dio comienzo a una nueva dominación militar sobre las naciones y engendró el neo-realismo de la paz como estrategia disuasoria de la guerra. El arte abstracto no geométrico y el minimalista expresaron esta resignación, que aún perdura.

     No debe extrañar por ello que la conmoción espiritual del 14 diera al arte una lúcida conciencia del absurdo de la sociedad que producía la guerra (Kafka y dadaísmo), una «nueva objetividad» ante la crueldad del poder (Brecht y expresionismo, «La noche» de Beckman), un recurso evasivo mediante la expresión onírica del subconsciente vital del artista (surrealismo), junto a una justificación de la abstracción geométrica como arte constructivista de la Revolución comunista o la Reforma socialista. No puede ser mayor el contraste entre la obra artística provocada por el hundimiento de las ilusiones y la resignada monotonía de la abstracción informal o la «action painting» que traducían la coexistencia pacífica en la guerra fría. El existencialismo literario no tuvo eco en las artes plásticas.

     La marejada levantada en los medios por las manifestaciones de los artistas premiados con los Goya, contra la guerra de EE UU a Irak, carece de trascendencia para el porvenir artístico del cine español. En tanto que ciudadanos famosos, esos actores tenían derecho a decir lo que quisieran en un acto televisado. La tradición de cortesía en el enjuiciamiento de la autoridad ya fue denunciada, en un ensayo inolvidable del gran Santayana, como una limitación ilícita a la libertad de crítica.

     Lo triste de la crítica a la guerra contra Irak, en una sociedad internacional que ha perdido incluso el sentido de la paz, es que tampoco tiene fuerza alguna que pueda variar el curso de los acontecimientos inhumanos que se avecinan. Lo cual no quiere decir que esa crítica sea gratuita o no valga para nada. Vale para ridiculizar no sólo al gobierno de Aznar, como los artistas han querido, sino a todos los pilares de la sociedad que fingen creer en el fantástico pretexto bélico de EE UU. Si la opinión pública, incluida la estadounidense, no cuenta para la guerra o la paz, lo único que se debe exigir a los gobiernos satélites es que no acentúen la estupidez que reciben en abundancia de los ciudadanos.

de MCRC Alicante Publicado en ARTE

Sistema de gobierno aristocrático y oligárquico

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     El sistema donde gobierna una minoría es llamado por Aristóteles aristocracia (literalmente «el poder de los mejores o más aptos«) si busca el bien común, y oligarquía (literalmente «el poder de unos pocos«) si sólo persigue el interés propio. Así pues, la aristocracia y la oligarquía son el gobierno de una élite minoritaria. Llamamos élite de una organización humana, una empresa, una sociedad al grupo minoritario que disfruta de un mayor control y poder de decisión en la misma.«La oligarquía, en ciencia política, es una forma de gobierno en la que el poder supremo está en manos de unas pocas personas. Los escritores políticos de la antigua Grecia emplearon el término para designar la forma degenerada y negativa de aristocracia (literalmente, gobierno de los mejores). Estrictamente, la oligarquía surgirá cuando la sucesión de un sistema aristocrático se perpetúe por transferencia sanguínea o mítica, sin que las cualidades éticas y de dirección de los mejores surjan como mérito reconocido por la comunidad, siendo esta definición muy cercana a la de monarquía y más todavía a la de nobleza.»La ley de hierro de Robert Michels (n. 9 de enero de 1876, en Colonia; m. 2 de mayo de 1936, en Roma, sociólogo y politólogo alemán, especializado en el comportamiento político de las élites intelectuales) ya predice que toda organización jerarquizada acaba volviéndose aristocrática u oligárquica, es decir, elitista. Para justificar su ley de hierro, Michels en su obra «Los partidos políticos» da tres argumentos:

  • Las organizaciones tienden a burocratizarse cada vez más a medida que crecen. Surgen nuevos departamentos especializados, normas y procedimientos de actuación, división de responsabilidades, y al mismo tiempo hay que tomar decisiones cada vez mas complejas. La élite acaba siendo formada por aquéllos que saben lidiar con las formas complejas de toma de decisiones. Por los burócratas.
  • Para que una organización sea eficiente, tiene que disminuir la democracia interna. Se prefiere el liderazgo fuerte a la decisión colegiada o asamblearia. De nuevo, aparece el culto a la personalidad del líder.
  • Y, por último, dado que la masa suele comportarse de forma apática y borreguil (de borrego), y ser incapaz de resolver sus propios problemas, la propia psicología de masas prefiere el liderazgo y el culto a la personalidad. La masa queda relegada al papel de preferir o elegir (si se lo permiten) a uno u otro líder.

Así, por ejemplo, los grandes partidos, que en sus comienzos son asociaciones de carácter ideológico, y que sirven para canalizar el descontento y las iniciativas de transformación de la sociedad, acaban convirtiéndose en enormes estructuras paraestatales, en lo que se conoce como «partitocracia».

De modo que siempre ha habido y habrá élites. Cuando las élites son honestas y ponen su conocimiento, su influencia y su poder al servicio del interés general, la organización, la sociedad, la empresa … funcionan adecuadamente y se alcanza un estado de cierta satisfacción (siempre imperfecta, siempre precaria) entre sus miembros. El problema ocurre en las organizaciones y las sociedades en las que dichas élites actúan con irresponsabilidad, arbitrariedad y egoísmo patológico.

La teoría de las élites es abordada por varios sociólogos, entre ellos Max Weber (dentro del contexto de su estudio de las clases sociales, un tema sobre el que volveremos más adelante) y VilfredoPareto (París, 15 de julio de 1848Céligny, 19 de agosto de 1923, sociólogo, economista y filósofo italiano). Vifredo Pareto tiene una ideología próxima la fascismo. No obstante, muchas de sus observaciones son agudas y, a los efectos que nos interesan ahora, la teoría de Pareto viene a explicar de forma bastante sintética el proceso de transformación de una aristocrcia en una oligarquía.

En palabras de Jorge Alonso, en su obra «Pareto«, sobre la teoría sociológica de Pareto:

«Aunque, la concepción de la lucha de clases le parece insuficiente, en su gran división anota que «se puede observar, muy aproximadamente, la clase gobernante y la clase gobernada un poco enfrente una de la otra como dos naciones extrañas». La clase gobernante debe defenderse de la gobernada. Debe cuidar también que los disidentes de la clase gobernante no capitaneen a la clase gobernada. La defensa de la clase gobernante consiste en eliminar por la astucia o por la fuerza a los individuos capaces de derribarla del poder. En este enfrentamiento se da el proceso que llama «circulación de las élites». Es el paso de un grupo a otro. Es un hecho que la élite en el poder está compuesta no sólo por gente que tiene realmente cualidades en alto grado, sino también por otras personas que, aunque miembros de la élite, carecen de capacidad. Ahora bien, si estos últimos alcanzan un gran número dentro de la clase en el poder, se llega a un gran desequilibrio social que puede provocar la caída y desaparición de la élite. En la clase gobernante se requiere gente con las cualidades propias para las circunstancias (ya sean de paz o de guerra, etc.). Por la falta de tales capacidades «las aristocracias no duran. Por las razones que sean, es contrastable que al cabo de un cierto tiempo desaparecen. La historia es un cementerio de aristocracias. La clase gobernante se restaura por la gente que asimila de las clases inferiores. Esto da energías y aporta los residuos necesarios para que la clase gobernante se mantenga en el poder. A este movimiento que asciende a individuos con las necesidades requeridas segun las circunstancias corresponde el proceso inverso: el que echa fuera a los antiguos componentes más decaídos de la clase gobernante. Cuando la clase gobernante se cierra, entonces empieza su ruina. Es un grave peligro el que muchos elementos inferiores en cualidades se acumulen en las clases superiores, como también lo es su correspondiente inverso: la acumulación de cualificados en las clases inferiores. 

      «Las revoluciones se producen por el entorpecimiento de la circulación de las élites, y por la acumulación de elementos disidentes en la clase gobernada». 

      Cuando hay apertura en la clase gobernante las perturbaciones vienen a ser momentáneas. Si en el punto preciso en el que se debe usar la fuerza, más allá de la astucia, la clase gobernante no es capaz de hacerlo, viene la revolución, porque suele darse en la clase inferior gente dispuesta a usar esa fuerza. En esta clase inferior se da la cantidad calificable, los elementos de calidad superior que poseen los residuos capaces de ejercer el gobierno y que están dispuestos a utilizar la fuerza. Es importante constatar que las cabezas, serán elementos venidos de los estratos superiores (segun la catalogación hecha de las élites); pero los residuos son suministrados por los individuos de los estratos inferiores. En la apertura son dos categorías de individuos de la clase gobernada los que son aceptados por la clase gobernante que quiere mantener el poder: los que usan la fuerza, y los que usan el arte. Estas dos categorías no están siempre en las mismas proporciones. Pareto anota que «cuando hay prosperidad económica la circulación de las élites se hace efectivamente intensa pero, si se estanca la circulación económica, también se estancará la circulación de las clases selectas.» 

      De esta manera explica cómo desde una situación dada la élite consigue dominar y gobernar. En éste radica el punto clave de la explicación paretiana que prescinde de las características históricas particulares y de explicaciones de tipo ético. Si Marx explica la situación histórica, Lenin aprovechará las lecciones políticas para la formación del partido, para la configuración de la élite de la clase gobernada que se constituirá en élite gobernante. Según Pareto, los gobiernos modernos prefieren utilizar menos la fuerza y cada vez más un arte bastante costoso. Pero si se produce el estancamiento, escasean las posibilidades de controlar al adversario por medio del dinero. Los períodos de rápido aumento de la prosperidad económica son favorables a los «especuladores» que se enriquecen y ascienden a la clase gobernante si no es que ya formaban parte de ella. «Estos especuladores «se someten siempre a quien tiene la fuerza, pero trabajan bajo cuerda y saben tener la substancia del poder, del que otros tienen sólo la apariencia». Lo que sucede a lo largo de los siglos es el alternarse de los astutos y de los que están dispuestos a usar la fuerza. Estos últimos se sacuden el yugo de los especuladores; pero poco a poco las categorías vencidas vuelven al poder, para luego ser desalojadas de él.»

José Ortega y Gasset habla de élite estancada o inmóvil, es decir, de oligarquía, cuando no hay cambios significativos en dos ciclos generacionales (que él cuantifica en unos 15 o 20 años, cada uno).

     No confundir élite con casta. La casta es una clase social y un poder que es familiar y se hereda, como en la India. La característica de la casta es, además, la endogamia.

Esencialmente, hay dos tipos de oligarquías, según sea la fuente de su poder: económicas y políticas.

Cuando las oligarquías proceden de la descomposición o degeneración del aparato dirigente de una tiranía, son políticas. En cambio, las que proceden de una división del poder económico, especialmente las financieras, terratenientes o industriales, son las que dan o facilitan el acceso al poder a sus amigos dedicados a la política, salvo en situaciones de gran amenaza, de emergencia.

Una de las características de los oligarcas es que rara vez se atacan de verdad entre sí. Como mucho, hacen una escenificación de debate o de disputa. Los oligopolios tienden o bien a convertirse en monopolios para evitar la lucha fratricida entre ellos, o bien al reparto o “holding” por sectores o actividades, al estilo de los pactos entre mafiosos para repartirse el territorio o los tipos de negocio. La debilidad o fortaleza de una unión se ve cuando se tratan temas que afectan de forma asimétrica a los socios.

Las oligarquías económicas tienen un comportamiento muy similar en todas las épocas y en todos los lugares. Su poder se construye sobre tres grandes columnas:

  • Aspiran a, y con frecuencia consiguen, el control de los recursos críticos. Antes de la revolución industrial, la tierra cultivable era el principal recurso crítico (lo que dio origen a un sistema económico oligárquico llamado «fisiocracia»), junto con ciertos recursos necesarios y escasos como las minas de hierro, carbón, o infraestructuras vitales para el comercio como los caminos, los puentes y los puertos. Con posterioridad, muchos otros recursos se han ido añadiendo a esta lista: petróleo, metales raros, tecnología y patentes, o el mismo conocimiento. Estar en posesión y control de estos recursos, a veces vitales para mantener la producción de cosas necesarias y que la sociedad pueda funcionar, es una de las principales patas del poder oligárquico. Una de las actividades principales de la élite es, por tanto, alejar a posibles rivales del control de estos recursos, un comportamiento denominado elitismo.
  • Promueven o descansan sobre la abundancia de mano de obra desarraigada, que se vuelve así dócil y dependiente. La mano de obra numerosa y desarraigada (por ejemplo, emigrada del campo a la ciudad), necesita un trabajo, una fuente de renta para poder sobrevivir, ya que no dispone de medios propios para ello.
  • Y, por último, un cierto grado de inviolabilidad e impunidad, que se consigue comprando voluntades políticas (a cambio de regalos, sobornos o bien patrocinando a candidatos afines a los puestos políticos), de modo que las leyes que rigen la actividad económica y penalizan las conductas indeseables se hagan más a su medida.

Las oligarquías políticas son, como ya hemos cometdo en entradas anteriores, la evolución natural de una tiranía. Al desaparecer el tirano, los servicios y los monopolios del estado, o las diferentes secciones de la empresa, son asignados a los amigos y deudos del tirano, y surgen así las oligarquías. Los oligarcas se ven en seguida obligados a entenderse (para no autodestruirse) y esto es el origen del consenso. En política oligárquica, el consenso sustituye a las órdenes del dictador. Consenso es, literalmente «entender o pensar lo mismo«, ponerse de acuerdo (entre todos los poderosos). Esto se vehicula a través de cárteles (que se reparten territorialmente), ententes (pactos de no agresión) y otro tipo de pactos, explícitos o sobreentendidos.

     El consenso es la marca de las oligarquías y las dictaduras. En política, además, el consenso tiende al partido único, pues de forma casi fascista, implica la desaparición de la disidencia, el miedo y la falta de libertades. Se consigue la unanimidad a cambio de renunciar a veces a principios importantes. A la oligarquía no le importa tanto la ideología como la estabilidad e la unión.

Los países y las organizaciones con una tradición oligárquica y autoritaria son más fáciles de controlar, basta sustituir a las oligarquías autóctonas por otras afines (o comprarlas). Desde el fin de la era de los Treinta Tiranos (en griego οἱ Τριάκοντα, hoi Triakonta), nombre que recibió el gobierno oligárquico compuesto de treinta magistrados llamados tiranos, que sucedió a la democracia ateniense al final de la Guerra del Peloponeso −en las postrimerías de la Guerra de Decelia, en 404 a. C., el régimen oligárquico es sinónimo de corrupción, que ocurre cuando el interés de partido y personal del gobernante o la oligarquía está por delante del patriotismo y el interés general.

Ejemplos de aristocracias u oligarquías son la gran empresa moderna (con su cuadro directivo y su consejo de administración), el parlamento nacional que aprueba las leyes, los partidos políticos estatales, el poder judicial y ciertos cuerpos de élite, como los funcionarios de carrera. De acuerdo al funcionamiento interno y a la forma de acceso, podemos enumerar varios tipos de órganos de poder oligárquico:

  • Cooptación: órganos a los que se accede por selección que realizan internamente los propios miembros (por ejemplo, el cuerpo cardenalicio).
  • Gerontocracia: órganos a los que se accede por edad o por experiencia, por ejemplo, la gerousía griega, antecedente del Senado.
  • Meritocracia: órganos a los que se accede por mérito o concurso, por ejemplo, el cuerpo de funcionarios del estado.
  • Tecnocracia: órganos a los que se accede por una formación o experiencia específicas. La tecnocracia económica muchas veces se identifica fácilmente por el lenguaje y el interés egoísta y oligárquico de sus miembros. La tecnocracia se basa en la cultura científica (determinista, tecnocrática) frente a la política, que se basa en la cultura filosófica (discurso de las libertades y de lo posible).
  • Corporativismo: organizaciones en las que se accede por afinidad o ideología y se actúa «como un todo«. Por ejemplo, el ejército, ciertas asociaciones profesionales, y los gobiernos de tipo diunvirato, triunvirato…etc. (que siguen la filosofía “unus ex pluribus”, es decir, «muchos que actúan como uno sólo«).

Fuentes:

EL ARTE REGRESA A LA ARTESANÍA

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     LA RAZÓN. LUNES 17 DE FEBRERO DE 2003
Antonio García-Trevijano

     La ciencia y el arte constituyen, junto a la experiencia mística de la religión y la conquista de la libertad política, las más altas manifestaciones de la dignidad del ser humano. La espiritualidad se despega de su base animal en virtud de los esfuerzos desinteresados que realiza una pequeña aristocracia de la razón y del instinto, en busca de la verdad en un mundo inundado de creencias erróneas, y de consuelo o liberación en una sociedad plagada de injusticias y fealdades. Los frutos de ese esfuerzo sublime se decantan, al nivel institucional, en aplicaciones prácticas. La tecnología es ciencia aplicada. La artesanía, arte aplicado. La Iglesia, credo aplicado. El Estado, ideología aplicada.

     En el terreno de la razón y la belleza no puede haber ciencia institucional ni arte institucional. La misión social de las instituciones es incompatible con el propósito desinteresado de la investigación científica y la creación artística. El siglo XIX, siguiendo la senda del sansimoniano Augusto Comte, institucionalizó la ciencia y, como era previsible, la subordinó a la tecnología industrial. El siglo XX, orientado por el ideal igualitario del bolchevismo soviético, institucionalizó el arte y, como era de esperar, lo subordinó a la artesanía de objetos artísticos y al diseño industrial.

     La transformación del arte en artesanía no costó esfuerzo teórico ni grandes innovaciones en las técnicas de cada oficio de artista. Los libros de Rodchenko, Kandinsky, Mondrian y Klee no pertenecen a la estética ni a la filosofía del arte. Son pedestres pedagogías de opiniones paracientíficas y pseudofilosóficas, sobre geometría espacial y lenguaje de los colores, que no resisten el menor soplo de una crítica sana. Bastó la demagogia comunista y calvinista sobre la igualdad para que las creaciones del arte se mixtificaran en obras interdisciplinares y anónimas, pero con firma de autor, donde la figuración se sustituyó por la abstracción y la composición por la textura presentativa de la intimidad de la materia, sin contextura representativa que la justifique.

     La teoría del vanguardismo es tan pretenciosa como ridícula. Cree que se puede superar el ilusionismo visual de las apariencias figurativas de la realidad, mediante las formas abstractas subyacentes en la Naturaleza y las texturas de la materia, ignorando que los colores se forman en el cerebro y que los aspectos de las cosas obedecen a los sistemas atómicos y moleculares que los producen, es decir, cayendo en otro ilusionismo mental mucho más pernicioso que el de los sentidos comunes.

     El amor del artesano a la materia prima que transforma en objeto, la idolatría de la textura, era el único sentimiento afectivo que transmitían las enseñanzas de arte en Moscú, Amsterdam y Weimar. La demagogia en el arte no se limitó a negar la genialidad, equiparando el valor creativo de artesanos y artistas, sino que extendió el principio estético de la igualdad a la propia materia, elevando la física de las cosas desechadas de la vida cotidiana a la dignidad de las materias nobles tradicionales.

     La vieja arpillera pegada a un lienzo era más bella, por ser más real, que una noble pintura al óleo. El colage y la fotografía hacían innecesaria la pintura figurativa. La abstracción geométrica, además de corresponder a las formas elementales de la Naturaleza, era el único modo de representar el mundo abstracto de las ideas y conceptos. Por su técnica, el artista tenía que tener la humildad de un artesano. Por su misión social, la ambición de un sacerdote, un científico, un filósofo y un político.

     Si esas teorías tuviesen fundamento, si los artistas practicaran el arte de la realidad física y moral que esos libros sermonean, sólo dibujarían, pintarían y esculpirían la representación del átomo, con su núcleo y los inmensos vacíos por donde orbitan las partículas elementales, o el triángulo de la Providencia divina y el círculo cuadrado de la comunista.

de MCRC Alicante Publicado en ARTE

LA TRANSICIÓN

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     LA RAZÓN. LUNES 26 DE JUNIO DE 2000
Antonio García-Trevijano

     Las palabras más usadas en el vocabulario político generalmente expresan las ideas peor conocidas. Eso le sucede a los términos democracia, consenso y transición. En mis libros he precisado el sentido de la democracia política como forma concreta de gobierno representativo con separación de poderes, frente al concepto de democracia social como aspiración de las medidas de gobierno a la igualdad ciudadana, no ya ante la ley, sino ante la realidad. El Régimen de Partidos no responde a las reglas de la democracia formal ni a los ideales de la democracia material.

     En mis artículos de Prensa he distinguido entre consenso social (acuerdo inconsciente e involuntario de miembros de una comunidad sobre valores culturales y morales que la sustentan), consenso científico (acuerdo consciente e involuntario de los miembros de una pequeña comunidad sobre verdades en materia de su profesión), y el consenso político, como pacto consciente y voluntario de la clase gobernante sobre materias sustraídas al conocimiento y la decisión de los gobernados o de sus representantes. El consenso político, un mero eufemismo para evitar la idea de transacción que encierra la palabra pacto, contradice la esencia misma de la democracia formal, basada en decisiones por la regla de mayoría.

     En esta columna de LA RAZÓN he analizado los aspectos políticos de las innobles pasiones que la Transición fomentó hasta llegar al escándalo de la corrupción del sistema. Me propuse demostrar que esta corrupción no era un fenómeno individual ni gratuito, sino consecuencia natural y colectiva de las pasiones puestas en boga, desde el primer día de la Transición, por las Autoridades del Estado y los jefes de partido, con el apoyo entusiasta de los medios de comunicación. Los perjurios de Estado y las mentiras constituyentes de este Régimen de poder llevaron de la mano a los asesinatos y latrocinios de Estado y de partido, y a la falsedad absoluta de los valores culturales y morales de la Transición.

     Los resultados de mis observaciones sobre los cambios producidos en los sentimientos de los españoles, en relación con los que dominaron en la vida de nuestros padres, los he sistematizado en un libro de ensayo, donde analizo cuarenta pasiones fomentadas por la Transición y veinte sentimientos reprimidos por ella. Este libro, que no es un tratado completo de psicología de todas las pasiones actuales ni la colección de los artículos publicados en LA RAZÓN, lo editará «Foca» (Akal), el próximo otoño, con el título de «Pasiones de servidumbre». Y ahora, terminada la visión de la sociedad política y cultural de la Transición a través de las pasiones dominantes o reprimidas en ella, comienza otro tipo de reflexión sobre el origen y naturaleza objetiva del fenómeno de la Transición. A la que todos alaban sin saber, ni por los forros, de lo que hablan. Ningún escritor se ha percatado de la singularidad de nuestra Transición respecto de las descritas por los genios del XIX. La española ha descendido desde el Estado a la sociedad. Las reformas causaron el cambio de las costumbres. Mientras que la satirizada por Dostoievski, en «Demonios», subió desde la sociedad vacilante y confusa, en la recepción de ideas europeas de progreso moral y social, al Estado.

     La idea de escribir sobre la Transición en sí, y no más respecto a las pasiones individuales y sociales que favorece o reprime, me la ha dado la solemne declaración del portavoz del Gobierno de que la Transición no es patrimonio personal de Suárez o de González, sino de todos los españoles. Mis dos últimos artículos publicados en LA RAZÓN, «Patrimonio político « y «Buenas noches, España», forman parte ya de esta nueva serie de acercamientos y aportaciones al tema de la Transición, que iré haciendo con sumo placer intelectual, y por deber ante la historia, al calor de los acontecimientos de actualidad.

MÁS SOMBRAS QUE LUCES

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LA RAZÓN. LUNES 6 DE ENERO DE 2003
Antonio García-Trevijano

     La elección del proyecto de urbanización de la Zona Cero de Nueva York dependerá del criterio político que prevalezca en la valoración de las siete maquetas seleccionadas. El factor espiritual (Memorial de la tragedia puede resultar decisivo. Sin tener en cuenta la influencia del «lobby», los otros dos factores determinantes serán la armonía o contraste del proyecto con el entorno urbanístico de Manhattan y la novedad artística o técnica que represente para la arquitectura.

     Desde el fin de la guerra mundial, Nueva York sustituyó a París como centro de las vanguardias artísticas. La maqueta que se elija en ese concurso de arquitectos marcará el signo estético de los próximos decenios en todas las artes plásticas. A partir de los años veinte del siglo pasado, los criterios artísticos de la arquitectura fueron impuestos por la estética de los nuevos materiales y por las composiciones espaciales del cuboconstructivismo en la abstracción geométrica de la pintura y escultura. Es posible que ahora se invierta esa relación de influencia.

     Si se eligiera el conservador proyecto de Peterson y Littenber, el único que se integra en el entorno neoyorquino, la abstracción pictórica y escultórica retrocederían en beneficio de un nuevo realismo convencional. Si triunfa la ingeniería de cristal de las maquetas de Foster o Think, su impacto futurista en las artes plásticas sería comparable al que tuvo la Torre Eiffel en la pintura posterior a Delaunay. Si resulta preferido el diseño de David Childs o el de Alejandro Zaera, derivados del cubismo heterodoxo del pintor Léger, se volvería a los planos y volúmenes enlazados, en sacrificio de su interacción con los espacios vacíos. Y si vence el de Meir, muy chocante con la arquitectonia que dictó la filosofía arquitectónica de Manhattan y muy expresivo del puro cubismo calvinista, la abstracción geométrica europea avanzaría a costa de la abstracción gestual o conceptual norteamericana.

     El análisis de las raíces artísticas de este último arquitectón será la mejor introducción al conocimiento del proceso de deshumanización de la pintura y la escultura donde se inspira, que comentaré en artículos posteriores. Un proceso ideológico que se inició en París y Milán, antes de la guerra del 14, con el auge del primitivismo y del futurismo; que se consagró en Moscú, a partir del 17, con el arte comunista de la revolución proletaria (suprematismoconstructivismo) y que se desarrolló inmediatamente en Holanda y la Bauhaus alemana, con la artesanía científica (geometrismo matemático) de la pinto-esculto-arquitectura.

     Meier cuadricula el espacio como el neoplasticismo de Mondrian, solo que sustituyendo el color con el volumen de la materia y la ausencia de color con los huecos creados por tres rectángulos verticales unidos con tres travesaños horizontales a distinta altura. Eso lo hizo en los años sesenta Sol Lewitt, en sus «Variaciones tripartitas sobre tres tipos diferentes de cubo», aplicando la formula matemática (y=ax3-bx2+cx) de la escultura espacial de Vantongerloo (integrado en el De Stijl, 1917): «los volúmenes transmiten sensación espacial en función de la relación existente entre ellos y sensación temporal en función de la distancia que los separa».

     La colocación de 2800 luces, una por cada víctima del 11-S, no hará prevalecer el goce de los sentidos en el ascético espacio de esta anacrónica construcción calvinista. Ni siquiera si, como es probable, la iluminación se hace al modo mágico y poético del minimalista Dan Flavin, compañero de Sol Lewitt y creador en 1966 del «Monumento a Tatlin» con siete tubos verticales de neón de distinta altura y escalonados en pirámide. La luz que necesitan los neoyorquinos no es la de fatuas fluorescencias de los muertos, sino la de un nuevo sol que ilumine la conciencia de los vivos. Y este arquitectón proyecta sobre ellos más sombras que luces.

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ARTE DE BARBARIE

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LA RAZÓN. LUNES 13 DE ENERO DE 2003
Antonio García-Trevijano

     Todas las obras de arte son simbólicas por partida doble. Simbolizan lo que representan y algo distinto de lo representado. Pues no impiden que el espectador asocie la imagen que le fascina a emociones o ideas tenidas en otras experiencias de su vida. Pero sólo se llama simbolismo al tipo de arte, figurativo o abstracto, que tiende a despertar sentimientos, ideas o conceptos universales, a partir de formas particulares que, por sí mismas, no los definen.

     El simbolismo pasó de la poesía de Poe, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud y Stefan George a la pintura de la última década del XIX, con los «iluminados nabis» (Sérusier, Maurice Denis, Valloton, Vuillard) y la mirada a lo eterno del suizo Hodler. La regla de oro del simbolismo artístico consiste en que lo simbolizado, ausente de la representación iconográfica, tenga relación directa o interna con ésta, como sucede en el simbolismo religioso. La arbitrariedad en esa relación o la simbolización de otro símbolo dieron lugar al surrealismo.

     El problema surgió, con la pintura abstracta, cuando artistas como Ciurlionis, Delaunay, Vilon, Kupka, Kandinsky, Malevich, Mondrian, Klee, Arp, Miró, Borduas, Wolf, Pollok y Ropko, miraron su caballete con libros de música, física o metafísica bajo el brazo. A su talento de pintores quisieron agregarle el de filósofos de la naturaleza, la materia, el espacio, el tiempo, la mística, la sociedad sin clases o el de conocedores de las esencias.

     Pero entre el símbolo y lo simbolizado, la abstracción pone una distancia insalvable si no media una explicación de la leyenda que titula la obra. Las composiciones abstractas sin título no evocan. Tanta pretensión profesoral ha reducido medio millón de abstracciones a varias docenas de genialidades. Y todas ellas, abstracciones simbólicas.

     Así como la pintura y la escultura figurativas permiten clasificar sus producciones en una escala de calidades estéticas, desde la obra genial a la tolerable, la abstracción no simbólica, sin punto de referencia a un objeto de la naturaleza o la sociedad, no admite más que dos categorías dentro de la esfera del arte, la genial y la intolerable. Esto no quiere decir que todas las que no son obras geniales carezcan de valor estético. Pueden incluso ser admirables como propuestas de virtuosismo artesanal, decoración de espacios interiores o exteriores, experimentación de materiales, ilustración de libros, diseño industrial, espectáculo visual o juego entretenido. Pero no son objeto del arte. Todo lo más que pueden llegar a ser es arte de objeto, aun cuando éste sea de dos dimensiones como la pintura.

     Al mismo tiempo que comenzaron las expresiones de arte abstracto, nació la moderna reflexión filosófica sobre la función del simbolismo y la abstracción artística. Para Klages el mundo de los mitos y las imágenes de la intuición queda destruido por el concepto racional.

     No hay pues asesinato, sino suicidio del arte, en la pintura abstracta conceptual. Y lo único que puede expresar la pintura gestual, en tanto que grafología del temperamento del pintor, es indiferente para el arte. La vivencia del artista es incomunicable a la del espectador porque entre ellas se interpone el proceso de abstracción.

     El «homo symbolicus» de Cassirer constituye toda la cultura (ciencia, arte, religión, política, instituciones) con una trama de simbolizaciones. El arte tiene la función de expresar los símbolos. El lenguaje común, las intuiciones. La ciencia, las significaciones.

     Donde no hay función simbólica, como en la «action painting» o en la acción directa, donde el símbolo se reduce a mero signo, no puede haber cultura, sino barbarie o terror. Adorno denunció la condición inauténtica de la abstracción mecánica del arte progresista, la que ha creado una nueva fuente de alineación cultural, la que justifica el dominio del hombre por el arte abstracto.

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FRAUDE EN LOS MUSEOS

"PEARBLOSSOM HWY., 11-18TH APRIL 1986 #1" PHOTOGRAPHIC COLLAGE 47 X 64 1/2" © DAVID HOCKNEY COLLECTION: THE J. PAUL GETTY MUSEUM, LOS ANGELES

LA RAZÓN. JUEVES 16 DE ENERO DE 2003
Antonio García-Trevijano

     Cuando no es claramente simbólico, el arte abstracto domina al hombre moderno, lo hace desconfiar de sí mismo y de su capacidad para comprender el mundo de la razón y la belleza, mediante formas culturales esotéricas semejantes a las de los chamanes en los pueblos primitivos. La razón del arte moderno reclama su derecho al secreto como la razón de Estado al suyo. Y los cortesanos consolidan el poder del misterio artístico por miedo a perder sus prerrogativas, si confiesan que ese tipo de arte, como rey presumido, no tiene camisa. Toda la palabrería sobre la pintura abstracta no simbólica (geométrica, conceptual, gestual, informal, «action painting», lúdica, minimalista, constructivista, «povera», cinética o virtual) obedece a esta convención cortesana y mercantil.

     La pintura abstracta, sin imperio sobre los sentidos configurativos de las representaciones plásticas de la realidad, no puede defraudar porque no ilusiona. Se basa en un error intelectual o mental, no en un engaño moral, que desvía al arte de la función humanista y liberadora que asumió desde el Renacimiento. Pero precisamente porque la abstracción es la facultad distintiva de la inteligencia racional, los artistas pseudofilósofos (Mondrian, Kandinsky, Klee, Albers, Rothko, Newman) dejaron la pintura figurativa o concreta en las manos subalternas y descerebradas de la fantasía, sin control de la imaginación creadora ni del oficio de pintor.

     En una cultura artística puesta del revés intelectual por el arte abstracto, no debe de extrañar que la fantasía disparatada en la pintura figurativa haya cometido el fraude moral de colgar del revés cuadros perfectamente descriptivos de una hilera de herramientas de artesano puestas de pie en el techo, (Jim Dine, 1962, Museo de Arte Moderno de Nueva York), un bosque cabeza bajo (Baselitz, 1969, Museo Ludwig de Colonia) o tres personas sentadas patas arriba a la mesa de una «Cena en Dresde» (Baselitz, 1983, Kuntshaus Zürich). ¿Los pintaron del revés?

     Otro fraude moral de los Museos Modernos ha sido consagrar la pintura fotográfica de signos nacionales o universales, como banderas de países o de partido y señales de tráfico, que ni siquiera pueden evocar, por estar fuera de contexto emocional, los sentimientos patrióticos, partidistas o de orientación espacial a que responden. Ejemplos de esta perversión: la bandera estadounidense de Jasper Johns (1958, Museo Whitney de N.Y.); la hoz y el martillo de Rosemarie Trockel (1986, Colección Sudoeste de Stuttgart); el Stop en el cruce de carreteras desiertas de David Hockney (1986, Museo Paul Getty).

     La ignorancia de estos pseudopintores sobre el arte de la pintura la subraya el sorprendente descubrimiento de David Hockney: «Lo que más me gusta son los cuadros hechos a mano. Por lo tanto, los pinto yo mismo. Siempre tienen un tema y un poco de forma». Menos mal que no había aprendido a pintar «cuadros por teléfono», como Moholy- Nagy en 1922, dando instrucciones a una fábrica con una tabla de colores y papel pautado; ni sentido el placer de empezar y terminar un cuadro ante público, en cinco minutos, como los pictogramas de Mathieu en el Museo de Arte Moderno de París y los de Otto Götz en el Museo Saarland de Sarrebrucke.

     El filósofo John Dewey condenó en general el simbolismo formalista, al que pertenece el género de pintura simbolista de símbolos, pues le parecía imposible, como a mí, dar significación alguna a los símbolos convencionales y cotidianos si no van cargados de implicaciones psicológicas (banderas) o conductivistas (señales de tráfico), en situaciones de tensión emocional, competencia entre naciones, desconcierto moral o desorientación espacial, donde los individuos necesitan ser entusiasmados, compadecidos, informados o dirigidos por signos convenidos de antemano. En la serenidad de los Museos, esta pintura

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